UNO
“El deseo sexual es el alfa y omega de todos los
deseos”.
EL PECADO
ORIGINAL
El principal
motor que mueve las acciones del hombre está referido a la sexualidad. El sexo
marca y determina todo nuestro comportamiento emocional y psicológico desde
mucho antes de nacer. En consecuencia, el anormal desarrollo de algunos
patrones sexuales influye y determina el comportamiento emocional o psicológico
de los individuos, siendo la causa de muchas de las desviaciones, fobias o
traumas que subyugan a los adultos. Al respecto, Sigmund Freud, afirma: «Lo más
alto y lo más bajo se hallan más íntima y enérgicamente reunidos que en ningún
otro lado como en la sexualidad».
Ahora bien, la
historia de la aparición de la vida es tratada desde el punto de vista
religioso y científico con distintos enfoques, por lo que tenemos dos teorías:
Creacionista y Evolucionista. La teoría evolucionista no será tema a tratar
aquí. La teoría creacionista, contenida en el Génesis, nos habla de la creación
de Adán y Eva por Dios, y es de la unión de este primer hombre y esta primera
mujer de donde desciende toda la raza humana.
Una de las cosas
que más llama la atención es lo relativo al llamado pecado original; es decir,
la forma como Eva es engañada y luego induce a Adán a cometer el mismo acto
pecaminoso ―con lo que se trata de justificar, consecuencialmente, la
desaparición del Jardín del Edén (Paraíso), la pérdida de la gracia de Dios, el
surgimiento de una humanidad inmoral y su merecido castigo; así como la
conversión de la tierra en el mundo hostil, y a la vez hermoso, que conocemos―;
sin embargo, no es claro el Génesis sobre las razones que motivaron al
demonio-serpiente a inducir a la hembra humana a comerse la susodicha manzana.
¿Qué había en esa inofensiva y suculenta fruta? ¿Por qué una manzana? Además,
¿por qué se comprometió la serpiente en tan infernal embrollo? Y, por último,
¿por qué Dios dejó al alcance de la mano de los humanos tamaña tentación?
Dígame eso: “El árbol de la ciencia del bien y del mal”.
Sin ánimo de
parodiar el Génesis, me atrevo a disentir del medio utilizado por el Señor de
las tinieblas para hacer caer a los humanos en pecado, así como de los motivos.
En consecuencia, aquí el motivo es la venganza; y el medio utilizado, el sexo.
Esta propuesta no resuelve ninguna de las interrogantes sobre la conducta
sexual humana, es solo una inquietud personal salvada por la magia de la
imaginación. Nada en serio. Pero no deje de prestarle atención a esta propuesta
de creación apócrifa y profana, tal vez convenga conmigo en que hay algo que
los sabios teólogos no han querido revelarnos. ¿Será que son conniventes los
científicos en ello?
Es probable que
esté pensando que este libro se inicia con un tema que no tiene nada que
ver con la propuesta inicial sugerida en
el título ni con su presentación o introducción; sin embargo, como el propósito
del libro es plantearle algunas propuestas que lo muevan a participar en la
realización del mismo, además de las interrogantes ya planteadas; dígame,
entonces, si está de acuerdo en que cambiemos la fruta del árbol de la ciencia
del bien y del mal, por la fruta de Eva, que sabe bien y no es nada mal,
¡claro!, una vez que haya leído el tema que sigue.
Anoche tampoco
fue mi noche. ¡Qué largas son las noches del insomnio!, ¿verdad? Larga noche,
noche larga. Noche de vueltas y vueltas y más vueltas en el lecho. La cama
amanece hecho un nido, las almohadas retorcidas y las ojeras renegridas. En los
brazos mortificantes del insomnio uno se devana los sesos entretejiendo toda
clase de pensamientos absurdos e inútiles, incluso el absurdo de cerrar los
ojos y contar ovejas; hace y deshace miles de ideas, mientras tanto, se
revuelca en la cama sin cesar. Añora una lágrima de sueño, aunque sea un sueño
ligero. Si al día siguiente se tiene que trabajar, se cae en desesperación y se
repite una y mil veces: «¡Tengo que dormir, tengo que dormir, tengo que…!».
Anoche, después
de recorrer sin cesar la geografía de mi lecho, de haber ido innecesariamente
al baño muchas veces, de haber revisado sin ningún objetivo el refrigerador
otras tantas; por fin, al último grito de la aurora, cuando los gallos ya
estaban desgañitados de tanto gritarle al viento, unos hilos dorados entretejieron
mis ojos cuando el mazo del ogro insomne dejó de golpearme, me dormí; pero
entonces raudo me arrullé en los brazos de la inconsciencia onírica. Soñé. Soñé
que soñaba el primer sueño del hombre. Era Adán que soñaba. Dios soñaba para
Adán, y él soñaba para mí. Algún día quizás alguien diga que fue una
revelación; otro, una herejía. Yo sólo soñé. Mi sueño me reveló la génesis de
todas las cosas, concretamente, los primeros y únicos días de la existencia del
Paraíso. Ahora les cuento sobre un Génesis apócrifo, pero lo soñé así, o al
menos, así es como lo recuerdo.
LUZBEL, EVA Y ADÁN
“Desde el cielo,
a través del mundo, hasta el infierno” Goethe-Fausto.
Al inicio del
tiempo: Era el Paraíso una versión terrenal del cielo, un remanso de paz y
gloria donde reinaba la armonía y abundancia de toda la creación. Este mundo
había sido creado tan recientemente por Dios que aún reinaba en el ambiente el
divino aroma de su gloria; todo carecía de nombre, en consecuencia, la
principal ocupación de Adán era descubrir y ponerle nombre a todo lo que estaba
al alcance de cualesquiera de sus sentidos, y también poblar el mundo con su
descendencia.
Tampoco existía
la experiencia de ninguna clase de sentimientos humanos: ni bueno ni malos.
Como todo estaba al alcance de la mano, Adán y Eva no tenían que hacer el más
mínimo esfuerzo por conseguir nada. El mundo era en aquel entonces redondo como
una naranja, y Pangea era una franja
única de tierra firme que se extendía alrededor del Ecuador, y era plana como
la palma de la mano.
Pero una vez que
Dios hubo terminado su creación y heredada la tierra paradisíaca a Adán y Eva;
después de su partida ocurrió un hecho extraordinario que nos ha dado este
singular mundo que hoy disfrutamos y sufrimos. Como consecuencia de ese hecho,
Dios enfureció y convirtió este planeta en un mundo convulsivo y feroz, ahora
dividido en enormes franjas de tierra separadas por insalvables mares y
océanos; con un elevadísimo y helado Everest, incandescentes volcanes, eternos
casquetes polares, un ardiente Sahara y la cima que besa el cielo del
Kilamanjaro. Ahora que, en cuanto al cuento de la serpiente del paraíso que
engañó a Eva con la prohibida manzana, no es cierto que Dios haya cometido el
descuido de dejar al alcance de la mano de la ignorante Eva y el idiota de
Adán, el árbol de la ciencia del bien y del mal; si no que, es otro el cuento.
Lo que en
realidad ocurrió fue que para aquel entonces el diablo ya andaba suelto; sí,
como lo oyen, para el momento en que Dios tomó la decisión de crear la vida en
este nuevo mundo y seres a su imagen y semejanza ya se había producido un cisma
en el cielo; por tanto, Dios andaba de malas con su lugarteniente, su
comandante en jefe, su ángel principal y seguro heredero al trono, quien fue y
será el tenor de los siglos su archienemigo, nada menos que Luzbel; y que
eternamente ha de ser conocido por estos confines universales como el Rey de las
tinieblas, Lucifer, Satanás, Mandinga…; el único con la fuerza suficiente como
para echarle a perder a Dios su obra de creación más cara, porque después Dios
tuvo que sacrificar a su único hijo (es decir, Él mismo) para enmendar el mal.
La verdad es que
no somos una obra planificada por Dios, sino una consecuencia fortuita; ya que
Él, en su estado de desilusión y desengaño porque se había producido esa gran
rebelión en su reino ―el Cielo―, la cual tuvo que sofocar en la expulsión de
los revoltosos y el retiro de su gracia, se había dado a la tarea de recorrer
sus dominios universales (algo así como el patio de su casa; pero que nosotros
vemos como un infinito Universo); entonces fue así como, andando por ahí, de
pronto se encontró con un ínfimo e insignificante sistema planetario con
bolitas materiales como esta que llamamos tierra y su pequeña lamparilla
luminosa llamada estrella (Sol); y fue su voluntad la de crear la vida;
¡claro!, previa creación de las condiciones indispensables para la vida como
agua, oxígeno y muchas más. Decidiéndose luego a crear a una criatura a su
propia imagen y semejanza, y otras de orden menor. ¡Enhorabuena, somos como
Dios! Bien, fue así de esa manera como vinimos a parar a este planeta azul.
Pues bien,
conocido nuestro origen y las circunstancias que lo motivaron, ahora vayamos al
Paraíso. Tenemos a un macho y a una hembra a su lado, recibida ésta como
obsequio; digo, como compañera. (Las mujeres se enfurecerían hasta con Dios si
se llegase a revelar que fueron dadas como regalo al hombre para que gozara y
no se sintiera solito). La divina Eva, que no tenía nada que hacer para sí ni
para Adán, y que para aquel entonces ya estaba en pleno disfrute y goce del
Paraíso, parecía estar un tanto fastidiada, aburrida; pues, no había otras
mujeres para chismear ni de quienes sentir celos o envidia, tampoco tenía nada
que ambicionar: era dueña absoluta del mundo donde vivía.
Eva siente que
es patética su vida, ¡qué Paraíso tan aburrido! Realmente no entiende la apatía
de Adán, quien la ignora casi todo el tiempo; esto es, que el muy tonto parece
no percatarse de que ella es hermosa y que anda como Dios la echó al mundo ―ni
siquiera se había inventado el traje de hoja de Eva―. Pero Eva ignoraba que
Dios no iba a dejar cabos sueltos; razón por la cual, una vez hecha (no creada)
ella de la costilla del hombre, procedió a implantarle su ciclo menstrual para
que se iniciara su proceso ovular; y después de haberles dado la orden
inapelable de poblar el mundo con su descendencia, Dios le dijo a Adán que
debía esperar hasta que su compañera menstruara, y que un olor muy especial le
iba a indicar cuando podía realizar la cópula; entre tanto, debía dar gracias a
Dios, su Creador, y darle nombre a todo ser vivo y a cada cosa material o
inmaterial que se le presentara ante sus sentidos o la imaginación.
Y realizado
esto; es decir, terminada su obra creadora (durante los seis días más el
descanso), Dios cogió todos sus cachivaches, montó en su nave y se fue a
echarle un vistazo al Cielo, el cual había dejado solo durante los siete días
que estuvo haciendo la vida en este mundo, y los muchos otros días que estuvo
haciendo lo mismo en otros mundos y dándose una paseadita por su enorme
universo; pero que en tiempo de omnipresencia divina es ya, ahora, al instante.
Pero como reza
el dicho: “Que nunca falta el diablo a misa”; Dios que coge vuelo hacia el
cielo, y el angelito Luzbel que llega. Vino, en realidad, sólo a echar un
vistazo para ver qué era lo nuevo que había creado su antiguo jefe por estos
rincones del universo. En medida de tiempo luciferino eso fue al instante, así:
¡zas! Pero en tiempo terrenal ya habían transcurrido varias fases lunares, y
esto para Eva era más que suficiente para aburrirse de tanta vida inactiva,
tanta pasividad; sobre todo, nada de aquello…
Corría el día
treinta y tres después de la creación, hacía ya varios días que a Eva se la
había quitado la regla. Ella estaba plácidamente recostada sobre un lecho de
hojas que Adán le había construido bajo la fresca de un frondoso panjí que estaba
a orillas de un cristalino río; al mismo tiempo se desperezaba voluptuosamente
en su cama de hojas y suspiraba profundamente mientras se sacaba los piojos y
los trituraba con los dientes.
En las
proximidades pacían el cordero junto al león en edénica armonía ―todavía los
gatos negros, murciélagos, cabras, chacales, cuervos, sapos, culebras, el
chupacabras…, no eran bichos malos―; su oído era deleitado con el hermoso trino
de la pájaros del Edén.
Aunque todavía
no se había inventado el amor ni el erotismo, sin embargo, su cabeza estaba
llena de pensamientos extraños, y unos escalofríos involuntarios le estremecían
el cuerpo; su vulva se había hinchado bastante y estaba enrojecida y húmeda, y
despedía un excitante hálito que ya empezaba a inquietar al ingenuo de Adán,
quien se pasaba el día entero reconociendo los alrededores e inventando sonidos
nuevos para identificar cada ser vivo o cosa que veía o que intuía con la
razón.
Lo que ella no
sabía era que Dios le había dicho a Adán, antes de irse para el cielo, que el
estro de Eva, al igual que los otros animales, le iba a indicar el momento
preciso de cumplir con la orden de la reproducción; era por ello que Adán
estaba cumpliendo la orden de ponerle nombre a todo.
Eva estaba
entregada a sus pensamientos y todo era divinamente apacible en el Jardín del
Edén; cuando de pronto: ¡zas!, y el demonio que aparece. Pero claro que no fue
cualquier pobre diablo el que se materializó, sino Luzbel en persona,
Mefistófeles de carne y hueso, ¡sí, señor!, además, con un mundo de diabluras
en su cabeza. En verdad, él sólo quería echar un vistazo para ver cuál era la
novedad de Dios en este mundillo, solo por mangoneo; ahora que, no fue que
tuvimos la mala suerte de que Luzbel se apareciera ahí donde estaba Eva, sino
que el muy poderoso Señor de las tinieblas también tiene el poder de la
omnipresencia y lo primero que hizo fue clavarle el ojo a Eva, quien muy
inocente se estaba revolcando voluptuosamente sobre su lecho de hojas como gata
en celo, y estaba teniendo pensamientos impuros. ¡Claro!, al primer golpe de
vista enseguida se percató Luzbel de quienes eran los favorecidos de Dios, por
lo que de inmediato se le ocurrieron sus diabólicos pensamientos. Por supuesto,
nada personal contra Adán y Eva, sino viejas rencillas que saldar con Dios.
Entonces, chasqueando los dedos se dijo: «¡Ay papá, ya sé, me tiro a Eva, y me
cago en Dios y en su mundillo!» Así fue.
Siendo Luzbel un
ángel lleno de belleza deslumbrante, cuando se hizo presente ante la nueva
semejanza de Dios quedó horrorizado por la fealdad que Yahvé había puesto a sus
nuevas criaturas humanas, no cabía duda de que todo había sido adrede, pues, no
guardaban la más mínima semejanza con sus huestes celestiales.
En verdad que
Eva estaba muy lejos de la lindeza, puesto que tenía una cabellera enmarañada
que le caía hasta las nalgas (con más de treinta días sin peinarse); ya estaba
algo gorda por todo lo que se había tragado en el Paraíso; igualmente, era
cejuda, color endrino, ojos oblicuos y pies aplanados; tenía las uñas largas y
llenas de mugre, mal aliento y olía a cebollas porque ya había desarrollado
sobaquina; era torpe y sin gracia en el andar, ya que caminaba semierguida.
También hay que decir que tenía el sexo abrupto y almizclero, igualmente, tenía
pelos en casi todo el cuerpo; era baja de estatura y no sabía ni cocinar agua,
es decir, que tampoco era buena ama de casa. El pobre Adán vivía a régimen de
frutas silvestres, miel y los mendrugos de maná que no llovían con regularidad,
tal vez por descuido del ángel encargado de proveer las raciones, las que más
bien parecían sobras de los opíparos banquetes celestiales, ya que algunos
estaban mordisqueados.
Pero bueno, por
lo menos hay que decir en favor de ella que todavía no se había inventado el
fuego y que vivían bajo el techo del cielo a la buena de Dios.
Por último, hay
que decir que para ese entonces a la hembra humana le empezaba la época del
celo (al igual que los otros animales), razón por la cual, ella ya empezaba a
despedir el olor sexual del celo; esto es, su estro natural. Algo que olía así
como una mezcla de huevo podrido revuelto con queso rancio, leche cortada,
pescado piche, mierda de gato, orines de caballo, almizcle de zorrillo,
mariscos podridos y cebollas maceradas con ajos; y todo coronado con el olor
dulzón de lirios, alelíes, azucenas y canela.
Ese aroma que
acabamos de describir sería el delicioso y excitante olor sexual de una mujer
en celo, olor que según la historia inicial del Paraíso los hombres
percibiríamos a kilómetros de distancia, así podríamos saber que una hembra
estaba receptiva y nos volveríamos locos de pasión por ella, y andaríamos con
las pingas erectas tratando de copular, donde solo los más fuertes lo
obtendrían. Pero hoy día, solamente los ricos. Ya sabes, cuestión de interés; o
sea, asunto de mujeres.
Al momento de la
aparición de Luzbel, Eva se quedó como petrificada; en ese momento creyó que
había provocado la ira de Dios por sus pensamientos impúdicos y un escalofrío
recorrió todos su cuerpo. Ante sus ojos estaba un ser hermosísimo, era un varón
de radiante belleza, espectacular y deseable, ¡hummm! ―Lo primero que había
hecho Luzbel era hacerse desear por Eva―. Él tampoco tenía puesta ninguna
vestidura; era alto y atlético, de ojos azules y enigmáticos como el mar, y era
rubio como el sol; igualmente, se sabía dueño de un poder tan grande como el de
Dios mismo y no lo ocultaba. Pero había algo más: exhibía un hermoso miembro
erecto entre sus piernas; cuya visión perturbaba a Eva y la tenía embelesada y
le hacía explayar los ojos; además, el muy hijo de p…, estaba moviendo las
caderas a ritmo de tambores africanos que solo él oía. Mientras, sonreía feliz
y dejaba al descubierto la albura de sus dientes luciferinos, cuyos incisivos
estaban forrados en oro de infernal esplendor.
Eva, que no era
ni tan caída de la mata, enseguida comprendió que semejante ricura no iba con
ninguna encomienda de Dios, sino que sus intenciones eran otras… Lo comprendió
también porque un extraño escalofrío la recorrió por todo el cuerpo, algo
extraño le causaba un desasosiego lujurioso, y una humedad incontrolable le
empezó a correr por la entrepierna aumentando el olorcito que venía teniendo;
era algo nuevo e indescriptiblemente maravilloso, ¡qué placer, Dios!
Ella sintió el
impulso y la necesidad de arrojarse a sus pies, buena, no era precisamente eso
lo que quería, sino echarse en sus brazos y que ocurriera lo que Dios quisiera,
digo, lo que al diablo le diera la gana. Aunque la verdad era que ella no
estaba pensando en Dios, a quien suponía en su reino divino; ni en Lucifer,
porque desconocía su existencia; ni en Adán, pues no sabía dónde se hallaba,
cosa que tampoco le importaba en lo absoluto, sino que su pensamiento volaba en
las alas doradas del deseo y el amor profundo; es decir, amor en carne viva.
Toda su atención
seguía centrada en ese ser maravillosamente bello y deseable que estaba ante
sus ojos, ¡humm, ñam, ñam!, ¡qué rico mango, papito lindo! Nada parecido al
bobalicón de Adán, que era bajo y de hombros caídos, cara peluda, pómulos
anchos, nariz gruesa y chata, cejudo y con ojos pequeños y oblicuos; también
era bembón y andaba con la boca siempre abierta escurriendo babas; tenía las
piernas gruesas, cortas, peludas y era patizambo; y, para colmo de males, ni
siquiera se fijaba en ella.
En ese momento
pensó Eva que Dios no tenía muy buen gusto para esculpir, porque si esa era su
imagen y semejanza, aunque nunca le había visto la cara, era evidente que Dios
no tenía espejos en el cielo; pero a lo mejor Dios estaba tan anciano y
decrépito para entonces que le fallaba el pulso y por eso no puso mucha gracia
a su figurilla de barro. Lo que Eva ignoraba era que Dios los había creado así
ex profeso; ya que Él había puesto demasiada belleza a sus Ángeles, Arcángeles,
Querubines y Serafines, siendo esa la única causa de rivalidades en el cielo;
ahora que, por ser Luzbel al ángel más bello e importante, había sido éste
quien inicio la revuelta que lo hizo caer en tentación, arrastrando consigo
toda una legión de compatriotas celestiales; es así como la belleza ha venido a
ser una de las principales armas del diablo para causar perturbación.
Pero también
había algo que le producía una gran inquietud a Eva, y era que Lucifer exhibía
su hermoso animal toreado, su unicornio de oro, su falo listo para el combate;
cosa que ella evitaba mirar de frente, acaso para no parecer una descarada (lo
que instintivamente ha sido transmitido a las mujeres, pues no parecen tener
interés en mirar lo que hay en la entrepierna de un hombre desconocido); sin
embargo, desde el primer golpe de vista se había percatado de su encabritada
postura. Ella se hacía la remolona y parpadeaba, luego bajaba la vista y en ese
intervalo miraba eso que le estaba causando un desasosiego incontrolable en
todo el cuerpo y la inundación que le bajaba por los muslos provocándole unas
ganas inmensas de que él se le echara encima y le hiciera algo que ella estaba
segura de que se podía hacer.
Las sensaciones
que estaba experimentando la inocente Eva las provocaba de propósito Luzbel,
quien se había propuesto cambiar la obra secular de Dios, y para tal fin, nada
más apropiado que pervertir a los nuevos seres terrícolas.
Luzbel aún no
había pronunciado palabra alguna, nada más mantenía una sonrisa arrobadora que
dejaba al descubierto su luciferina dentadura, y Eva no podía escapar al
embrujo de tan llamativa expresión de afabilidad y cordial invitación a la
amistad y confianza. Él estaba satisfecho por el efecto que causaba en ella,
esa era su intención, en consecuencia, no le extrañaba. Sabía que con su poder
omniscio podía darle un vuelco al Jardín del Edén, luego hacer de él un nuevo
paraíso terrenal diabólicamente divino; es decir, un mundo a su fruición; pues,
no entendía ese gusto insípido del Creador de mantener a sus hijos en perpetua
alabanza y adoración, y él quería ponerle un poco más de pimienta a la vida,
cosa que parecía fácil, ya que Evita estaba dando señales de querer una vida
distinta…
Cuando Luzbel se
dirigió a Eva, esto fue lo que le dijo: (Lo sabemos porque el flirteo se ha
transmitido a través de todas las generaciones, siendo un lenguaje que ellas, a
cualquier edad, entienden a la perfección porque está grabado en sus almas
femeninas y es su esencia; los hombres llevamos una eternidad tratando de
entenderlo y todavía no sabemos por qué las mujeres son así. Al menos hoy
sabremos cómo se inició el asunto y, tal vez, el porqué; aunque todo comenzó de
la manera más inocente. ¿La coquetería femenina es un don divino legado a las
mujeres? ¿Tuvo algo qué ver Luzbel?).
―¡Hola,
preciosa! ―dijo Luzbel.
―¡Hola, señor!
―respondió Eva.
―¿Qué hace una
mujer tan linda aquí solita?
―Es que no hay
nadie que me acompañe.
―Bueno, ¡qué tal
si yo te acompaño, Evita!
―¿Y cómo sabe mi
nombre?
―Pues… me lo
dijo un pajarito.
―No sí, ya le
creo. ¿Y usted quién es?
―Soy un ángel de
Luz.
―¿Y por qué está
aquí?
―Porque vi a una
mujer linda muy solita y me dije que quizás querría algo de compañía, digo…
―¿Seguro que
vino sólo por eso?
―¡Claro, linda!,
¿por qué otra cosa iba a ser?
―No sé, pero si
usted lo dice, así será ―dijo Eva. Despertada su curiosidad femenina quiso
saber más, y acuciosa e inquisitiva inquirió: ―¿Y qué quiere de mí?, ¿por qué
me mira así?
―¿Tú qué crees
maja? ―respondió Luzbel conspicuo, epicúreo y sicalíptico.
Como del dicho
al hecho hay poco trecho, quiso Luzbel pasar de las palabras a los hechos;
entonces se acercó a Eva y tocó sus carnes, concretamente, colocó su dedo medio
en el phallus de ella; esto fue algo
así como derramar una gota de roja tinta sobre una fuente de agua cristalina,
la cual se expande en un radio rápido e indetenible manchando todo a su paso;
lo mismo ocurrió en el cuerpo de ella, ya que una corriente sensitiva se
expandió por todo su cuerpo convirtiéndola toda en un mapa erótico. Luego él le
abrió sus oídos al idilio, pues le dijo toda suerte de palabras románticas y
sensuales que marcaron su corazón y su razón, y quedó para siempre jamás
predispuesta al romance; así ha sido transmitido al tenor de los siglos a las
féminas. Las emociones y sensaciones que experimentaba Eva eran provocadas
adrede por el sibarita Luzbel; las cosas cambiarían para siempre, la obra
creadora de Dios no sería la misma nunca jamás.
Sometida la
voluntad de Eva bajo el dominio de sus excites carnales fue presa incondicional
en su entrega; la cópula coital se producía con desenfreno. El íncubo saturnal
se estaba consumando, y Lucifer era uno y era legión. Este acto lúbrico se
estaba cometiendo cuando llegó Adán; mayor no pudo ser su sorpresa ante tal
liviandad. De inmediato Luzbel indujo a Eva a que se mostrara voluptuosa ante
Adán, y ella le mostró su conejo abierto en canal, su corazón partido, su
animalito rajado y famélico; entonces Luzbel abrió los ojos de Adán, y éste vio
tan apetitosa fruta que para siempre jamás ha podido dejar de desearla.
Para concluir su
obra corruptora, Luzbel convirtió a Adán y Eva ―y descendencia― en seres
concupiscentes, cuyos placeres serían su propio erebo; igualmente, para que no
tuvieren ciclo de celo eliminó el estro de ella y encegueció la nariz de él,
esto para que fornicaran cuando les diera la gana. Para garantizarse de que
fuera así para siempre, en el vientre de Eva había sembrado el aciago germen,
él sería el hacedor de su primigenia descendencia, luego todo se mezclaría y
entremezclaría sin fin.
Dios descubrió ipso facto el pecado, pero ya era
demasiado tarde. Entonces enfureció, echó a Adán y a Eva del Paraíso, les quitó
la gracia divina, convirtió la tierra en un planeta convulsivo y feroz, y los
dejó a su merced. Pero como habían sido engañados, les dio una promesa de
redención.
Era el año
quince después de la creación cuando un lamentable accidente truncó la vida de
Abel al atragantarse con una manzana, y, un día después, una serpiente acabó
con la vida de Adán. Fue así como la muerte nació a la vida en este mundo, y
solo de un día para otro ya había hecho dos muescas en su hasta entonces
inmaculado mapa de la muerte.
Caín, el
primogénito de Eva, quedó a cargo del nuevo clan humano que estaba compuesto
por Eva, que era apenas diez meses mayor que él, de sus doce hermanas y de un
escuincle de pecho llamado Seth. Como el único hombre de la familia tuvo
hacerse cargo de la situación, y continuar con la propagación de la
descendencia humana.
Fue así como lo
soñé.